En los ochenta, tenías aquellos preciosos pendientes de plata que me volvían loco.
Creo que tu cuerpo giraba entorno a esas preciadas piedritas y creo que también
mis manos, mis ojos y mi lengua llegaron a hacerlo durante un tiempo.
Es bonito (sonrío) recordar aquellos años adolescentes como un relámpago,
un fogonazo, una chispa... que partía de un costado de tu cara hasta
penetrarme en lo mas hondo y convertir mi corazón en piedra (por supuesto plata).